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Carta a un amigo

Esta ha sido una semana increíble para nosotros, en medio de un momento increíblemente difícil. Tres días atrás terminé de editar una secuencia de un proyecto cinematográfico para el cual fui contratado como “director”.  Luego de mostrarle la secuencia al productor, la sala de proyección se llenó de un silencio sepulcral. El productor me miró como si me hubiera vuelto loco. Luego me dijo que la secuencia era completamente ininteligible. Comencé a explicar por qué había montado las imágenes de esa manera. Cuanto más hablaba, más pesadillesca se volvía la escena. Todas las respuestas del productor eran hiperindulgentes. Adoptó la entonación que uno adopta para tranquilizar a un lunático sobreexcitado. Me sugirió que fuera a casa para “descansar un poco” y volviese al día siguiente. Comencé a dudar no solo acerca de la secuencia en cuestión, sino también de mi accionar y discurso; sin embargo, cuando regresé a casa y le conté todo a Jane, ella me halló muy coherente y de ninguna manera diferente a mi modo de ser de todos los días. Pude mostrarle la secuencia a Jane antes de que fuese desarmada y remontada por otra persona. Y, junto a ella, fui capaz de ver que la secuencia era completamente inapropiada para la película ordinaria a la que debía ser incorporada. Las imágenes estaban intercaladas con película negra de tal manera que generaban un flash rítmico, y pese a recordar la razón por la cual lo hice, es decir, la razón por la que pensé que semejante secuencia podría ser apta para el proyecto, aunque en el momento de montarla me pareciera bastante lógico (me refiero a una lógica laboral, a diferencia de la lógica de una película creativa). Bueno, todo este incidente me dejó algo perplejo. Verás, la única manera en que he podido mantener estos trabajos en el cine profesional fue mediante una personalidad dividida. Durante mucho tiempo luego de casarnos, Jane y yo bromeábamos respecto a mi yo-laboral, esa persona que ella despedía camino al trabajo cada mañana, como “el patrón”, y mi yo-hogareño, la persona que ella recibía al final de cada día, como “el artista”. Pero en determinado momento comenzamos a tener problemas con esto, dado que “el patrón”, que desarrolló una personalidad cuestionable y degradante para poder conservar su trabajo, dejó de ser apreciado tanto por su esposa como por el otro yo que estaba cuidando, “el artista”; mientras que este último comenzó a resentir la intrusión de “el patrón”, que insistía en acostarse temprano para poder trabajar sin problemas al día siguiente. Ambas personalidades eran recelosas del afecto o la comprensión de Jane ( lo segundo fue lo único que pudo sentir por la personalidad de “el patrón”). Actualmente nos reímos un poco acerca de esto, aunque los aspectos generales de semejante dificultad psicológica no son para nada graciosos. Nuestro plan de acción fue prohibir la entrada de “el patrón” a la casa. Tal como evidencia nuestro problema actual, no tuvimos éxito. Mi única personalidad “real” insiste en hacerse presente en todas partes, por lo que se me hace muy difícil mantener este trabajo.

Me parece que toda la sociedad humana es propensa a destruir aquello que vive en su interior, sus individuos (mejor ejemplificados en la actualidad por el artista), para que supuestamente esta sociedad pueda funcionar por siempre como la máquina que es a expensas de los humanos que la componen. He sentido esto personal y objetivamente al observar las vidas de los demás, sus luchas, y con mayor particularidad al observar la muerte del humano promedio a manos de la sociedad tan tempranamente como en la adolescencia. Sé lo que se espera de “el patrón”; que tipo de persona fantasmal, con aspecto de zombi, que repite frases como un loro, hipócrita (debido a la existencia de su “otro yo”) debe ser para cumplir con su función esperada y recibir su paga: suficiente dinero para comprar comida enlatada, una vivienda con tamaño de celda y pasatiempos (un televisor y un auto, supuestamente). (He estado financiando mis películas con el dinero de los pasatiempos). He cambiado de ubicación una y otra vez mudándome a lo largo y ancho de este país, lo cual supongo que ha hecho que mucha gente se pregunte por qué. El motivo es simple: es la única llave personal y privada que poseo para la cerradura en la tapa del ataúd, el truco mediante el cual me mantendré vivo, un cambio de escena y de forma de vida capaz de permitir, gracias a este “truco”, despertar nuevamente a mi yo, reilusionar al soñador y prevenir así la muerte de todo lo que atesoro en mi vida, el espíritu. Trato de anticipar a la noche, siempre. Antes de que la oscuridad haya caído completamente. Y alrededor de este cambio de ubicación, de este correr permanente, gira mi pesadilla recurrente, aquella en la que unos perros rabiosos me persiguen a través de un pantano en la noche hasta hacerme pedazos. Me rehúso a ser arrinconado. Los perros me despellejarán vivo si logran alcanzarme.

Stan Brakhage , 1959

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