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Sade.-
Míralos ahí, Marat,
a los que disfrutaban de los bienes terrestres,
y mira cómo saben tornar su derrota en triunfo.
Frustrados hoy en día en sus placeres
el patíbulo los libera de un eterno fastidio
y con júbilo suben hacia su propia muerte
como si subieran a una especie de trono.
¿No es esto el colmo de la corrupción? ¿Qué piensas?
XII
COLOQUIO SOBRE LA VIDA Y LA MUERTE
Vuelve la calma al fondo de la escena. Las hermanas murmuran una breve letanía.
Marat.-
(Se dirige a Sade por encima de la plataforma, ahora desierta)
Yo leí una vez en Sade
(en uno de los escritos inmortales)
que el principio de toda vida está en la muerte.
Sade.-
Y esa muerte sólo existe en la imaginación;
somos nosotros los que tenemos esa idea.
La Naturaleza no la conoce.
Hasta la más cruel de todas las muertes o catástrofes
se borra en la indiferencia absoluta de la Naturaleza.
Sólo nosotros damos a esta vida cierta importancia.
La Naturaleza podría asistir sin inmutarse
al exterminio de la raza humana.
Yo odio la Naturaleza.
Quiero vencerla.
Quiero combatirla con sus propias armas
y hacerla caer en esas mismas trampas que nos tiende.
(Se levanta)
Esa mirada fría, esa cara de hielo
a la que no conmueve nada,
que puede sufrir todo,
nos procura la audacia de ir cada vez más lejos.
(Recuperando con dificultad el aliento)
¿Por qué no se ha ido siempre
hasta el fin de ese principio natural
según el cual el débil está a merced del fuerte?
¿Y por qué no volver
contra ella la fuerza de nuestros privilegios
en la infamia perpétua y la alegría del mal?
¿Porque no impulsar las experiencias
en el laboratorio
mucho antes de llegar al suplicio final irremediable?
Vuelvo a ver ahora mismo la ejecución de aquel Damiens
después de su fallido atentado contra el difunto rey Luis XV,
y veo que la guillotina es una muerte dulce
a lado de las torturas que él sufrió
durante cuatro horas para la honesta distracción del pueblo;
mientras que Casanova y su amante detrás de las ventanas
saboreaban aquel espectáculo
y él metía la mano debajo de sus faldas.
(Su mirada se vuelve hacia la tribuna de Coulmier)
Le abrieron el pecho, los brazos y los muslos
y le echaron plomo derretido en las heridas,
lo regaron con aceite hirviendo y pez ardiente,
con cera y con azufre;
le asaron una mano sobre el fuego
y le ataron los miembros con cordeles;
lo sujetaron a cuatro caballos los cuales, bajo el látigo,
durante una hora lo arrastraron;
y como no eran muy expertos n conseguían ni aún así
despedazarlo.
Le serraron por fin los hombros y caderas
y así se separó el primer brazo, y luego el otro,
y él todavía miraba lo que hacían con él
y se volvía hacia nosotros
y gritó mucho para que lo escucháramos.
y cuando le arrancaron primero una pierna y luego otra
aún él estaba vivo; su voz era más débil.
Al final ya no era más que un tronco palpitante
y una cabeza muerta;
y con un estertor miraba el crucifijo
que le tendia el confesor.
(Al fondo, se eleva, en sordina, una letanía)
Aquello era una fiesta que hace palidecer
a todas las fiestas actuales.
nuestra inquisición tiene ya poco encanto;
y eso que está en mantillas; a los crímenes nuestros
les falta gracia desde el momento en que ellos forman parte
del orden para el día.
Condenados sin ninguna pasión;
ya no hay bellas muertes individuales
dadas en espectáculo;
sólo queda una rutina mortal, anónima,
por la que pueden ser pasados pueblos enteros
con un cálculo frío
hasta el día, por fin, en que toda la vida sea liquidada.
Marat.-
Ciudadano Marqués:
tú te has sentado, es cierto, en nuestros tribunales
y participaste en el asalto a las prisiones en septiembre,
pero en ti es el viejo aristócrata el que habla
y lo que tú llamas la indiferencia de la Naturaleza
es tu pasividad.
Sade.-
La piedad, Marat,
es patrimonio de los privilegiados.
Cuando la piedad se inclina para dar la limosna,
sólo siente desprecio;
y finge conmoverse para exaltar de ese modo su riqueza;
y la limosna, para el mendigo,
no es más que una patada en el trasero.
(Un acorde de laúd)
Así pues, Marat, nada de tener sentimientos mezquinos;
yo sé que tu objetivo es otro;
para ti y para mi
sólo existen los límites de lo extremo o más allá de todo límite.
Marat.-
Caso de ser extremos, como dices, los míos
serían muy distintos de los tuyos.
Al silencio de la Naturaleza,
opongo yo mi acción.
En la indiferencia universal
hago surgir un sentido. En vez de ser
un apático testigo, yo intervengo
y digo que hay cosas que son falsas
y trabajo por corregirlas, por cambiarlas hoy mismo.
Lo que se necesita
es alzarse de tierra por los pelos;
es volverse al revés como los guantes
y mirar, y mirar con ojos nuevos todo.
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