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El vibrar del corto circuito. Notas musicales entorno de cortocircuito: El ojo Bergson

“…en la resonancia no sólo re-suena el sonido que en la palabra escasea, sino también el oído que se le cuela a la distancia, que no fabrica sonido y que sin embargo le corresponde.”

Cortocircuito: El ojo Bergson, p. 50

“…el tiempo se va –se fuga- en lo irreversible de anclar el azar (…), y sin embargo vuelve a la latencia, como si fuera otro tiempo, un tiempo de lo no-irreversible, es decir, de lo virtualmente fluctuante.”

ibid, . p. 89

El ojo se vuelve oído, y siendo oído resuena (reverbera) la palabra desbordada, cortada, desgarrada por la dimensión del sonido que le arrebata su estaticidad maquínica. Este acontecer es “paralelo” al desborde del tiempo por una virtualidad que queda abierta a pesar del concretarse –de evolucionar- en una determinación (cuasi fatal) de la materia. En ambos casos, hablamos de una vibración que posibilita tal indeterminación, y que hasta en las líneas serpentinas de Leonardo[1] abre a la dimensionalidad , esta vez plástica, de lo desbordante. Es, en todo caso, un circuito “vibratorio” que termina desvelándose a pesar de la necesidad de la forma y la mecánica del autómata. Pero, ¿cómo pensar esa vibración cómo aquello que se hace presente aun en su fuga?

“El sonido con vibración periódica, no vibra solo. Toda una serie de armónicos, […], resuena y se une a una totalmente nueva y resonante multiplicidad. […] También el ruido (una aún más grande suma de fuentes de sonido) tiene armónicos.”[2]

A pesar de la periodicidad del vibrar, como un círculo (senoide) del que se obtienen los armónicos (Fourier[3]), a pesar del circuito de su funcionamiento, los armónicos producen, a su vez, un vibrar desbordante, una resonancia que se fuga, que no se deja atrapar (inclusive hacia adentro). Hay reverberaciones que dejan límites borrosos, circuitos inconexos. Por lo cual, los armónicos suelen ser más azarosos y complejos. En algunos casos, llegan a ser incluso impredecibles. ¿Por qué? Pues hay un elemento irracional que no se deja asir, una avería que impide su completa recolección y que al contrario se vuelve la puerta de salida hacia una fuga al infinito. Es un vaivén circular que termina no cerrándose. Son “ciclos” que no son cíclicos, y que abren a una espiralidad múltiple, ramificada e impredecible, a un inmenso espiral de posibilidades no acabadas.

La horizontalidad mensurable, por acción del movimiento reverberante, se despliega –o se ramifica- en otro plano como una emanación hacia lo no definido, hacia lo inaudible, que se presta a la improvisación, antes que ceñirse a un lenguaje estrictamente formal y emplazante. Curiosamente, el improvisar no audible también resuena y ahonda en la profundidad reverberante del oído, en la simpatía de una fluencia compartida. Finalmente improvisar es jugar, improvisar con otro para lograr una vibración por simpatía, un flujo lúdico de ideas. En última instancia, el découpage como vibración al unísono no es sólo un circuito desbordante entre la palabra y el sonido, sino una relación (inaudible y a la vez presente) de sus armónicos, la transmisión de su juego a la escucha y su improvisación. Se trata de una idea liminar que migra y se ramifica al infinito. El vibrar simplemente reverbera, y por simpatía los demás oídos lo ahondan. Allí está el fluir que se escurre a partir y a pesar de la estructura fija y determinante. Puede tomar la forma de un fractal que se fuga por todos lados y que quiebra el circuito desde el circuito mismo.


[1] Schuster, Marcelo, Cortocircuito. El ojo Bergson, p. 55: “Serpentear se le dice a un diseño [figurativo] en découpage.”

[2] Celibidache, Sergiu, Über musikalische Phänomenologie: Ein Vortrag, Wißner-Verlag, Augsburg 2008, p. 13

[3] Joseph Fourier, matemático francés creador de las series Fourier utilizadas para analizar funciones periódicas.

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