COLECTIVO SITUACIONES: En su libro hay un desarrollo particular de una noción que está en el centro de muchos debates contemporáneos: la de biopolítica. Usted hace una distinción entre biopolítica y noopolítica en el marco de las sociedades de control, contraponiéndose así al vínculo entre biopolítica y sociedades de control establecido por Hardt y Negri en Imperio y Multitud. También introduce un concepto de vida ya no ligado a la actividad mecánica del cuerpo sino al cerebro, recuperando la consideración de la vida como memoria de la obra de Bergson. ¿Podría situar su teoría de la biopolítica en el marco de las actuales discusiones a partir de estos elementos?
MAURIZIO LAZZARATO: En Foucault, la biopolítica, como las disciplinas, es una actividad humana. La biopolítica no tiene la última palabra en la evolución de su pensamiento. Debe ser comprendida en un marco más amplio, que es el de las prácticas del gobierno de las conductas: cómo dirigir las conductas de los demás y cómo gobernarse a sí mismo. La noopolítica forma parte de las tecnologías humanas de gobierno de los demás.
Los dos últimos cursos de Foucault en el Collège de France, publicados en 2004, parecen ir en el sentido que indico en el libro. Primero, según Foucault, no hay que considerar la población únicamente desde el punto de vista «biológico» (nacimiento, enfermedad, muerte, etcétera). «La población es entonces todo lo que se extiende desde el enraizamiento biológico a través de la especie hasta la superficie de captura ofrecida a través del público» (curso del Collège de France: Securité, Territoire, Population1 en adelante STP). El público es «la población tomada a partir de sus opiniones» (STP), agrega Foucault, y continúa: «Los economistas y los publicistas han nacido en el mismo momento». Hay técnicas para las «conductas de las almas» que conciernen a la población-público y que Foucault no analiza, pero que hoy son estratégicas para la definición del capitalismo. El concepto de vida y de vivo cambia completamente si se parte de esta definición de la población como público, como opinión. Moviliza, en efecto, el cerebro, la memoria, el lenguaje y las técnicas que actúan sobre estos elementos.
Yo me he limitado a dar algunos elementos en este sentido, utilizando la teoría de Tarde sobre la opinión y el público. Me parece que la teoría de Giorgio Agamben deja de lado la definición de la biopolítica, porque por un lado limita la biopolítica a lo «biológico», y por otro, abandona la tradición de la que Foucault la hace derivar (la del poder pastoral, del «gobierno de las almas»), esto es, la tradición de la Iglesia católica que, según el decir de Foucault, no tiene nada que ver con la tradición romana ni con el «homo sacer».
En segundo lugar, las técnicas biopolíticas que Foucault llama «técnicas de seguridad» tienen una relación muy estrecha con el acontecimiento. La vida es comprendida como acontecimiento y no sólo en su dimensión biológica. «La seguridad tratará de acondicionar un medio en función del acontecimiento o de una serie de acontecimientos o de elementos posibles, serie que hay que regularizar en un marco multivalente y transformable. El espacio propio de la seguridad remite a una serie de acontecimientos posibles, remite a lo temporal y a lo aleatorio, temporal y aleatorio que hará falta inscribir en un espacio dado. El espacio en el que se desenvuelven las series de elementos aleatorios es, creo, lo que llamamos el medio» (STP).
1 M. Foucault, Securité, territoire, population. Cours au Collège de France (1977-1978), París, Seuil, 2004.
Hay una serie de novedades destacables en la teoría de Foucault que corremos el riesgo de perder de vista si vamos demasiado rápido y si simplificamos demasiado su pensamiento.
De la diferencia entre sociedades disciplinarias y sociedades de control (Foucault prefiere llamarlas sociedades de «seguridad») podemos extraer una serie de reflexiones muy útiles para la «ontología del presente». Es muy estimulante, por ejemplo, la distinción entre el poder que actúa directamente y el poder que actúa a distancia. Las técnicas de la sociedad de control no actúan directamente sobre el individuo, como las disciplinas, sino sobre la acción del individuo. El poder, según la última definición de Foucault, es «un modo de acción que no actúa directa e inmediatamente sobre los demás, sino que actúa sobre su propia acción».
No se actúa directamente sobre el individuo y sobre su cuerpo, como lo hacen las técnicas disciplinarias y la pareja legalidad / punición, sino sobre el «medio ambiente», porque el individuo no es el origen absoluto de la acción. La acción no es reducible al individuo y a su subjetividad, encuentra también su fuente en su «medio». Y un medio comprendido como espacio de acontecimientos posibles, y no como «estructura», sistema. Según Foucault, las técnicas de seguridad (o de control si se utiliza la definición de Deleuze) deben actuar sobre las «reglas del juego» más que sobre el juego mismo.
Los dispositivos de seguridad definen, a diferencia de los dispositivos disciplinarios, un marco bastante «laxo» (por- que se trata, precisamente, de la acción sobre las acciones posibles, sobre los acontecimientos), donde «habrá una intervención que no será del tipo de sometimiento interno de los individuos, sino una intervención de tipo medioambiental»
Hay que actuar entonces sobre el «medio», sobre el «marco», sobre el «entorno» (todas definiciones de Foucault) del individuo. ¿Y qué es el medio? «Es lo que se necesita para dar cuenta de la acción a distancia de un cuerpo sobre otro. Es entonces el soporte y el elemento de la circulación de una acción» (STP, p. 22). Se podría decir que la seguridad actúa a través de la moneda, la comunicación, el consumo, etcétera, sobre el «soporte» y el «elemento de circulación» de la acción, en lugar de actuar sólo a través del adiestramiento directo del cuerpo (disciplinas).
Creo que, en este sentido, hay que comprender los desarrollos de Foucault contenidos en estos cursos. De todas maneras, es también en esta dirección en la que se desarrolla mi investigación. La acción de poder es así «acción a distancia» de un individuo sobre otro individuo. Ésta es exactamente la definición que he utilizado de Tarde para dar cuenta de la acción del público, de la opinión.
He citado mucho a Foucault para mostrar que se han dicho muchas cosas imprecisas y simplificadas sobre su pensamiento, cuya actualidad es asombrosa. Aconsejo a todo el mundo que lean y trabajen estos últimos cursos (Securité, territoire, population y Naissance de la biopolitique), que son seguramente los libros más importantes de los publicados en los últimos quince años.
2 M. Foucault, Naissance de la biopolitique. Cours au Collège de France (1977-1978), París, Gallimard-Seuil, 2004.
SITUACIONES: El público y la opinión serían el objeto ubicado en el centro de los dispositivos de seguridad, que intentarían reducir a través del «entorno» el campo de lo posible. ¿Puede relacionarse esto con lo que usted dijo en otra entrevista acerca de que se puede comprender el éxito de Bush a través de los medios teóricos de la «filosofía de la diferencia y del acontecimiento»? Dicho de otro modo, ¿cómo funciona este aparato teórico para explicar los movimientos reaccionarios de las sociedades actuales?
LAZZARATO: Comencemos por un ejemplo a partir de una lucha y de un modo de gobierno de las conductas muy concreto: el conflicto de los intermitentes del espectáculo en Francia. La acción de la «reforma» del régimen de indemnización por desempleo de estos empleados, que constituye el objeto de este conflicto, se ejerce, a la vez, a través de las más viejas técnicas disciplinarias y de las más modernas técnicas de seguridad. Al mismo tiempo, la activación de estas tecnologías humanas, disciplinarias o de seguridad, requieren de una inflación de actos jurídicos y legales y la multiplicación de la producción de normas y reglamentos (los dispositivos jurídicos-legales). La reforma procede a la vez según una lógica jurídica, disciplinaria y de seguridad. Apunta a reducir el «exceso» de empleados que pueden acceder al seguro de desempleo. Hay demasiados intermitentes, demasiadas compañías, demasiados espectáculos, demasiados artistas. Para reducir el número de intermitentes la reforma hace uso en principio de un simple endurecimiento de las condiciones necesarias para el acceso a los derechos de seguro de desempleo. Luego, bajo la incitación del Ministerio de Cultura, se agregan otras técnicas de selección: la «división entre los ineptos y los incapaces» y los «aptos y capaces», que es una vieja práctica disciplinaria utilizada para dividir a los «pobres», recalificados en este caso en la división entre profesiones artísticas y profesiones no artísticas. El «marcaje» de los individuos entra en el mismo registro de activación que las viejas técnicas de división: a los desempleados se les convierte en «apestados», con el doble objetivo de culpabilizarlos y de mostrarles ante los demás como reacios a la empleabilidad.
Esta reducción de los intermitentes es asimilable a una «exclusión» pero, aquí, los excluidos son incluidos en una «población» (el conjunto del mercado de trabajo) sobre la cual se ejerce la acción gubernamental por medio de la gestión diferencial de las desigualdades. La tecnología disciplinaria de la exclusión es comprendida en el funcionamiento de una tecnología de seguridad que opera por medio de la gestión de las disparidades.
La acción de gobierno en relación con la seguridad se expande en un continuum que va del que percibe el RMI,3 que vive con un mínimo vital pagado por el Estado, hasta los asalariados incluidos en los contratos de duración indeterminada, que son beneficiarios del ahorro salarial y del «accionariado popular», pasando por el desempleado, el trabajador pobre, el precario, el asalariado a tiempo parcial, etcétera. Este continuum está regido por una selva de leyes, de normas, de reglamentos que instauran una desmultiplicación de los tipos de contratos de trabajo, de los modos de inserción, de recalificación, de formación, de indemnización, del acceso mínimo a los derechos (sociales). Este continuum, es necesario subrayarlo, es «social», y no exclusivamente «salarial». En realidad, este continuum es un conjunto de discontinuidades, de umbrales, de divisiones, de segmentos que las tecnologías de seguridad permiten gobernar como un todo, como una misma población. Lo propio del gobierno será entonces localizar las «diferencias» de estatus, ingresos, formación, garantías sociales, etcétera, y de hacer jugar eficazmente las desigualdades unas contra otras.
3 Ingreso Mínimo de Inserción, por sus siglas en francés [N. del T.].
En este continuum, ninguna de las posiciones de desigualdad relativa debe sentirse estable ni segura de sí misma. La construcción de lo precario, del desempleado, del pobre, del trabajador pobre, la multiplicación de los «casos» y de las «situaciones» (los jóvenes, los jóvenes de las ciudades, los prejubilados, etcétera) apunta a fragilizar no sólo al individuo que se encuentra en esta situación, sino también, de manera evidente y diferencial, todas las posiciones del mercado de trabajo.
Las políticas de empleo y las políticas del workfare son políticas que, en grados diversos, introducen la inseguridad, la inestabilidad, la incertidumbre económica en la vida de los individuos. No sólo hacen insegura la vida de los individuos, sino también la relación de los individuos con todas las instituciones que hasta ahora los protegían. La inseguridad del desempleado y del precario no es la misma que la del empleado de una gran multinacional, con capacidad de ahorro y participación financiera en los beneficios, pero existe sin duda un diferencial de miedos que recorre este continuum de una punta a la otra. ¿Cómo explicar de otro modo el sentimiento de inseguridad generalizado y no sólo económico en una sociedad que nunca ha estado tan «protegida»?
De la gestión diferencial de las desigualdades se desprenden miedos diferenciales que alcanzan a todos los segmentos de la sociedad, sin distinción, y que constituyen el fundamento «afectivo» de este gobierno de las conductas a través de las desigualdades. Estas últimas son eficaces hasta el punto de que establecen grandes desviaciones. No obstante, los umbrales y las desviaciones son relativos a lo que una determinada sociedad puede «tolerar» o «soportar».
Dos conclusiones, entonces. Primero, me parece que la teoría de la diferencia es muy útil para comprender el funcionamiento del poder. Las políticas neoliberales son políticas de gobierno sobre las conductas que pasan por la gestión diferencial de las desigualdades, de las desviaciones de situación (de ingresos, de estatus, de formación, etcétera) siempre por medio de la «optimización de los sistemas de diferencias», como dice Foucault. La optimización de las disparidades se obtiene por medio de una «modulación», concepto a la vez deleuziano y foucaultiano, de los derechos, de las normas, de los reglamentos y por una modulación de las maneras de ejercer el poder sobre los individuos (los dispositivos disciplinarios, de seguridad, de soberanías) que se adaptan y favorecen una segmentación «suave» de la población.
La nueva lógica de guerra como «policía» (interna y externa) está vinculada directamente con esta gestión diferencial de las desigualdades, con esta optimización de las competencias. La competencia y las desigualdades son disolventes y sólo la «seguridad» (interna y externa) puede funcionar como «pegamento» de esta multiplicación de las divisiones, de las jerarquizaciones de las desigualdades. La policía de seguridad es una necesidad para este tipo de gobierno.
En segundo lugar, el gobierno de las conductas es un agenciamiento de dispositivos diferentes. La historia del arte de gobernar no es una sucesión donde se pasa de la era legal a la era de lo disciplinario y de ésta a la era de la seguridad (y de la noopolítica). Los mecanismos de seguridad no ocupan el lugar de los mecanismos disciplinarios, que a su debido turno ocuparían el lugar de los mecanismos jurídico-legales de soberanía.
De hecho, tenemos una serie de dispositivos complejos en los que lo que cambian son las «técnicas mismas, que van perfeccionándose, o en todo caso complicándose, pero sobre todo lo que cambia es el dominio o más exactamente el sistema de correlación entre los mecanismos jurídico-legales, los mecanismos disciplinarios y los mecanismos de seguridad» (STP, p. 10).
SITUACIONES: Además de en Foucault, usted se apoya mucho en la obra de Deleuze y Guattari, particularmente en la utilización de la «diferencia y la repetición», los conceptos de mayoría y minoría y la reflexión sobre las dinámicas creativas, que oponen regímenes de signos y de expresión al agenciamiento maquínico de los cuerpos. ¿Podría explicarnos el modo en que estas influencias sirven para comprender los procesos de lucha en estas sociedades de seguridad?
LAZZARATO: Tenemos aún una concepción «economicista» del capitalismo, que deriva del marxismo y de la economía política. Lo mismo podría decirse en lo que concierne a la categoría de «trabajo». Mi crítica del trabajo va en este sentido.
La metodología de la filosofía de la diferencia es muy diferente y puede ayudarnos mucho en el trabajo de investigación. Por ejemplo, para analizar la «producción del desempleado».
En su trabajo sobre Foucault, Deleuze utiliza las categorías lingüísticas de «contenido» y «expresión» elaboradas por Hjemslev para aplicarlas a las distintas instituciones que fijan e integran las relaciones de poder en las sociedades occidentales. El contenido y la expresión tienen, cada uno, su «forma» y su «sustancia», de manera que no podemos captar lo que nos pasa según la oposición entre estructura y superestructura, real y representación, significante y significado, tal y como hacen el marxismo, el situacionismo y la lingüística.
Según Deleuze, «una época no preexiste a los enunciados que la expresan, ni a las visibilidades que la completan», es decir, que no preexiste a la distribución de lo que se dice y lo que se hace. Si, por nuestra parte, aplicamos esta nueva distribución de lo discursivo y lo no discursivo, de lo visible y de lo enunciable a las instituciones de constitución, de gestión y de control del desempleo, y si tratamos de clasificar sus funciones tal y como el movimiento de los intermitentes del espectáculo las ha puesto a la luz a través de su acción y su movilización, obtenemos entonces esta distribución.
La forma del contenido está constituida por los dispositivos (la ANPE y los ASSEDIC, que distribuyen las asignaciones de desempleo4) que inscriben, fichan, controlan, convocan, distribuyen las asignaciones, deciden las radiaciones y las sanciones, organizan el seguimiento (entrevista, dossier, formación), etcétera, de los desempleados.
La sustancia del contenido está constituida por los «desempleados», que a su vez son gestionados según dos lógicas diferentes: como «sujetos de derecho» y como «individuos vivos», como «ciudadanos» y como «gobernados», es decir, como una población.
4 ANPE, Agencia Nacional de Empleo. ASSEDIC y UNEDIC (términos que aparecerán unas líneas más adelante) son los organismos encargados de los seguros de desempleo. Por extensión, esos mismos seguros son denominados comúnmente como «los Asedic» o «los Unedic»[N. del T.].
Los dispositivos materiales utilizan «tecnologías humanas», procedimientos e instrumentaciones para ejercer sus funciones de clasificación, control, represión e incitación, solicitación y sometimiento. Estas «tecnologías humanas» son a la vez disciplinarias, o de seguridad, y también tecnologías de conducta de las almas y tecnologías de construcción de sí.
La «expresión», como el contenido, tiene también su forma y su sustancia. La «forma de expresión» está constituida por un conjunto de agenciamientos, de dispositivos de enunciación múltiples y heterogéneos. Los enunciados y sus funciones son de naturalezas muy diferentes: las leyes que enuncia el Parlamento (en este caso, el derecho al trabajo y a la seguridad social), las normas que dicta el UNEDIC, los reglamentos de los ANPE y los ASSEDIC, las categorías y las clasificaciones científicas de las universidades, las opiniones y las definiciones no científicas de los medios de masas, los juicios específicos sobre la materia de los expertos.
La «sustancia de la expresión» está constituida por la proliferación de discursos, enunciados, categorías, opiniones, juicios. En nuestro caso, los objetos de enunciación son el «desempleo», el «empleo», el «trabajo».
Repito que la utilidad de esta nueva distribución reside en el hecho de no considerar la «expresión» como ideología, representación superestructural que significa el «contenido». La expresión dispone de dispositivos, de una organización y de una división del trabajo, como una universidad, un diario, un canal de televisión, una empresa consultora, etcétera.
El desempleo, el empleo, el trabajo, no son realidades «naturales» que tienen una existencia objetiva, una existencia en sí que preexiste a las instituciones que se supone que los regulan. Desempleo, empleo y trabajo son el resultado de una construcción que se realiza en el cruce de dispositivos que enuncian la ley, la norma y la opinión con otros dispositivos que producen categorías «científicas» y con otros más que gestionan y controlan las conductas y los comportamientos de los individuos. En los extremos de las prácticas discursivas y de las prácticas no discursivas, podemos comprender el desempleo, el empleo y el trabajo como «efectos globales», «efectos masivos» de una multitud de procesos que se apoyan unos sobre otros. En principio el «desempleo» no es una categoría económica o, para decirlo de otro modo, lo económico debe ser comprendido de entrada como un conjunto de actividades reguladas.
¿Reguladas por quién y por qué? Reguladas por la ley, pero también por las normas, las costumbres, los saberes, las prescripciones religiosas, mediáticas y culturales, por una multiplicidad de dispositivos, etcétera. Las actividades económicas son actividades reguladas por diferentes técnicas y procedimientos, por diferentes saberes y modos de enunciación, tal y como lo hemos definido anteriormente en nuestra distribución cuatripartita.
Dicho de otro modo, hay que cuidarse de pensar que hay, como nos sugieren Marx y los economistas, una «realidad propia y simplemente económica del capitalismo, o del capital y de la acumulación del capital», que las leyes, las normas y los dispositivos no económicos deberían luego regular. El capital no tiene una lógica propia, leyes autónomas e independientes que deberían limitarse y controlarse a través de los derechos, la opinión y los saberes. El capitalismo no tiene existencia histórica si no es dentro de un cuadro institucional y de reglas positivas (legales y extralegales) que constituyen su condición de posibilidad.
El proceso económico y el cuadro institucional «se llaman entre sí, se apoyan entre sí, se modifican entre sí, modelados en una reciprocidad incesante (Naissance de la biopolitique, p. 169). Me parece que el análisis de la acumulación del capital, de la mundialización, todavía se hace desde un punto de vista «economicista». Lo mismo podría decirse de las divisiones y los conflictos.
Esto mismo lo hemos podido ver en el ejemplo de la gestión del mercado de trabajo. Las divisiones, las separaciones, las diferenciaciones son más fractales que dualistas. Atraviesan incluso las antiguas divisiones de clases y, de este modo, las hacen inoperantes desde el punto de vista político. Tenemos la costumbre de pensar mediante dualismos. El pensamiento de la multiplicidad, sobre todo en política, es más extraño.
La inteligibilidad de un dualismo, de una división binaria, como por ejemplo la «lucha de clases», reside en un cuestionamiento que fácilmente podemos remontar a Foucault y a Deleuze-Guattari: ¿cómo se componen los efectos globales, cómo se constituyen los efectos masivos a partir de las situaciones locales, específicas, particulares?
Para intentar responder a esta pregunta, hay que partir de una multiplicidad de procesos extraordinariamente diferentes y mostrar a continuación cuáles han sido los fenómenos de «coagulación, de apoyo, de refuerzo recíproco, de puesta en cohesión, de integración» de estos elementos heterogéneos.
Los efectos globales, los efectos masivos (la mundialización, los grandes dualismos de clase, el Imperio) no son el origen o la causa de lo que pasa, sino un resultado. Existe toda una serie de preguntas y de problemas que corremos el riesgo de obviar si no hacemos nuestra la lección de la filosofía de la multiplicidad: los «efectos de poder» de los dispositivos económicos y sociales (del salariado y del Estado de Bienestar), los efectos de poder de las prácticas discursivas, las restricciones y las libertades implicadas en las relaciones de poder y de saber, los dispositivos de sometimiento, pero también de subjetivación, la dinámica estratégica y de acontecimiento del conflicto. Y, sobre todo, la relación entre lo micro y lo macro, la relación entre la dimensión molecular y molar que, en la acción política contemporánea, asumen una importancia particular y que todavía, a pesar de que Mayo del ’68 ha pasado por aquí, es desconocida o despreciada.
SITUACIONES: Usted también cita el caso de otro lingüista reivindicado por Deleuze, Mijail Bajtin, para explicar el alcance de la noción de acontecimiento en la política contemporánea. ¿Podría desarrollar la distinción, fundamental en su argumentación, entre el «giro de acontecimiento» del que formarían parte Bajtin y Deleuze y el llamado «giro lingüístico»?
LAZZARATO: Vamos a recurrir nuevamente a un ejemplo político. A partir de mediados de la década de 1990, asistimos al vigoroso retorno de la filosofía analítica (el giro lingüístico) y de la lingüística saussureana allí donde no se las esperaba, tras las críticas teóricas de la filosofía de la diferencia en las décadas de 1960 y 1970 y las críticas prácticas de los movimientos políticos de aquella época. Para tratar de dar cuenta de la naturaleza y de la función política del lenguaje (su «potencia de acción») en el proceso de subjetivación, tanto las teorías de ciertos componentes de los movimientos feministas y antirracistas en Estados Unidos como en Europa las teorías post-obreristas hacen referencia a la filosofía analítica y sobre todo a la categoría de performativo.
En Estados Unidos, la categoría de «performativo» está siendo movilizada por militantes que luchan contra la pornografía y los «discursos racistas del odio». De este modo, las categorías de Austin salen de la atmósfera polvorienta de la academia universitaria para entrar en las salas de los tribunales. Según los defensores de los derechos de las mujeres y de las minorías étnicas, la pornografía y los insultos racistas («los discursos del odio») son enunciaciones performativas en el sentido de que no son simplemente la expresión de un punto de vista, de una opinión (y como tal protegidas por la primera enmienda de la Constitución norteamericana) ni se limitan a describir una situación. Estas enunciaciones actúan sobre sus oyentes contribuyendo a la constitución social de aquellos a quienes se dirigen (la condición de la mujer o de una minoría étnica). No reflejan simplemente una relación social de dominación, sino que decretan, establecen o restablecen esta estructura de poder a través de la mera potencia de la palabra. De este modo, la enunciación performativa es asimilable a una conducta, a una acción que neutraliza la potencia de actuar de las personas a quienes está dirigida y, como tal, puede ser llevada a un tribunal.
La tentativa de Judith Butler de oponerse a las derivas judiciales norteamericanas de defensa de las mujeres y de las minorías, que corren el riesgo de dar al Estado el poder de decidir lo que es legítimo y lo que no lo es, de dejar a los jueces el poder de establecer lo que puede o no enunciarse, me parece muy débil. Al igual que las posiciones que quiere criticar, asume que la potencia de actuar y la fuerza de transformación del lenguaje y de los signos está correctamente descrita por la teoría de los «actos de habla» de la filosofía analítica (y fundamentalmente los performativos). Su programa lingüístico-político es el siguiente: «El performativo debe ser repensado».
Es todavía más sorprendente la recuperación de los performativos por parte de la teoría post-obrerista italiana (Virno, Negri-Hardt, Marazzi), porque me parece que está construida a partir de un malentendido que afecta a la propia definición de performativo. Aquí también me parece mal planteado el problema de la aprehensión de la potencia política de actuar del lenguaje en el proceso de subjetivación. Esta teoría quiere radicalizar la teoría de los performativos, introduciendo la categoría de «performativo absoluto» (Virno). Pero no retiene más que una parte de la definición de Austin: la enunciación no describe una acción, sino que la realiza (al decir «declaró abierta la sesión», «está usted condenado», «lo prometo», no describo una situación, sino que realizó lo que enuncio).
Según la teoría de Austin, la fuerza de la enunciación performativa proviene del hecho de que implica una «obligación social» (en el caso de una promesa, compromete a quien la enuncia, so pena de «perder el rostro», o en el caso de una pregunta, compromete a aquel a quien se dirige la pregunta so pena de interrumpir la conversación).
Esta última y fundamental condición del performativo es inexplicablemente abandonada en la teoría post-obrerista del lenguaje, de manera que la enunciación «yo hablo», que no es un performativo, se transforma en «performativo absoluto», forma verbal que, según Virno, caracterizaría «por completo a la actual sociedad de la comunicación». En efecto, «yo hablo» no puede ser un performativo, porque el resultado de esta enunciación es una simple información, de la cual no se deriva ninguna «obligación social». Si realiza lo que enuncia, no es todavía un performativo. «Yo hablo» es una enunciación que comunica algo, pero que no actúa. No crea una situación nueva para el interlocutor en la que estaría obligado a tomar en consideración el hecho de que se le ha dirigido una enunciación (responder, obedecer, no obedecer, respetar una promesa, etcétera).
Tanto Virno como Butler, aunque sea de modos diferentes, cierran la enunciación sobre la lengua, como si la lengua pudiera tenerse en pie sobre sí misma; secretar, a través de sus estructuras sintácticas, fonéticas o gramaticales, las significaciones; engendrar la potencia de actuar sobre los demás y explicar la fuerza de transformación del lenguaje y de los signos. Esta recuperación del performativo en Virno y Butler está acompañada de una referencia más o menos crítica a la teoría de Hannah Arendt. Esta vuelta a una definición «aristotélica» del ser político como ser de lenguaje parece coherente porque la filosofía política de Hannah Arendt, del mismo modo que la lingüística y la filosofía del lenguaje, opera una especie de purificación de la palabra y de la acción, y de este modo de lo político.
El «giro de acontecimiento» desarrolla un punto de vista radicalmente diferente. En la teoría de Bajtin (pragmática), el concepto de performativo no tiene lugar, porque «todo acto de habla», y no solamente los performativos, «es un acto social». Toda enunciación, y no solamente los performativos, es un acto ilocutorio que compromete una «obligación social».
A pesar de la homología de los términos, hay notables diferencias entre la teoría del acto ilocutorio de Austin y de Bajtin.
Para empezar existe una diferencia de naturaleza entre la lengua y la enunciación. Para que las palabras, las proposiciones, las reglas gramaticales se conviertan en una enunciación completa, un acto de lenguaje, hace falta un «elemento suplementario» que «permanece inaccesible a todas las categorizaciones o determinaciones lingüísticas, cualesquiera que sean».
La palabra, la forma gramatical, la proposición separada de la enunciación (del «acto de habla») son «signos técnicos» al servicio de una significación que es sólo potencial. La individuación, la singularización, la actualización de esta potencialidad de la lengua operada por la enunciación (la culminación), nos hace entrar en otra esfera del ser, la esfera «dialógica». Lo que permite transformar las palabras y las proposiciones de la lengua en una enunciación completa, en un «todo», son fuerzas afectivas preindividuales y fuerzas sociales y ético-políticas que son externas a la lengua, pero internas a la enunciación.
Para ser lo más breve posible voy a aplicar la concepción de las categorías del «giro de acontecimiento» de Bajtin a una situación real: la revuelta de los suburbios de París de 2005, desatada por un «discurso». Aquí se puede ver en funcionamiento la relación entre la lengua y las fuerzas afectivas preindividuales y fuerzas sociales y ético-políticas que son externas a la lengua, pero internas a la enunciación.
¿Cuáles fueron los efectos del «discurso del odio» del ministro de la República Francesa («¿Están hartos de esta lacra [racaille]5? Bueno, yo les voy a librar de ella») pronunciado frente a las cámaras de televisión? La palabra «lacra», muy injuriosa y despreciativa, de la boca de un ministro de la República, no neutralizó la potencia de actuar de los habitantes de los barrios pobres de los suburbios franceses, sino que al contrario la activó, y en proporciones inimaginables antes de esta enunciación. En lugar de constituir a los jóvenes habitantes de estos barrios como dominados, la enunciación los activó como sublevados, insubordinados, a partir precisamente del rechazo a la asignación que les fue dirigida de ser «lacra». La enunciación injuriosa contribuyó a constituirla en «sujeto político».
La enunciación del ministro no constituye en ningún caso un performativo, sino que es una utilización «estratégica», dialógica, de la enunciación. Preferimos aprehender el discurso del odio, como lo definen los norteamericanos, no como una fuerza que realiza lo que anuncia (performativo), sino como una «acción sobre acciones posibles», abierta a lo imprevisible, a la indeterminación de la respuesta-reacción del otro (de los otros).
La enunciación «ustedes son una lacra» quiere intervenir en una situación socio-política para modificarla, llamando a los «amigos» y designando a los «enemigos», amenazando a los últimos y calmando y consolidando a los primeros. Busca aliados, y para construir las nuevas alianzas evoca a su enemigo: el emigrante. Quiere reconfigurar el espacio político convocando a los demás en tanto «jueces y testigos», «obligándoles» a posicionarse, a expresar un punto de vista, una evaluación que es siempre a la vez afectiva y ético-política.
El espacio abierto por la palabra «lacra» no es el del performativo, sino el de la indeterminación, de lo imprevisible, del acontecimiento dialógico. Los efectos no están predeterminados como en los performativos, donde el locutor, el enunciado y el destinatario están ya instituidos.
5 Racaille es un término difícil de traducir en una sola palabra. Se usa de modo despectivo para designar a los jóvenes de los suburbios, generalmente descendientes de inmigrantes, que se supone que componen un cordón marginal con jergas y códigos de conducta propios. El autor se refiere a las palabras del ministro del Interior francés, Nicolas Sarkozy, en medio de la crisis de las periferias de las ciudades francesas [N. del T.].
Aquí el enunciador y los «públicos» a los que se dirige mediante la televisión (enunciación maquínica) están abiertos al devenir de los acontecimientos, porque la palabra dialógica presupone que los locutores son activos y libres. La enunciación injuriosa, ¿permitirá a Sarkozy ganar o perder las elecciones presidenciales? ¿Fue un golpe ganador o perdedor en el juego estratégico para debilitar a los demás candidatos de su propio campo en estas elecciones y ganar votos en el electorado de derecha y de extrema derecha? Ni él lo sabe. Y de todos modos, la «respuesta-reacción» se ha encargado de recordarle la naturaleza dialógica de todo acto de lenguaje. Toda enunciación implica una comprensión, una «capacidad de respuesta activa», una «toma de posiciones», un «punto de vista», una «evaluación de la respuesta». Suscita todo esto más allá de lo que el autor mismo hubiera deseado.
Podemos utilizar la concepción del dialogismo para dar cuenta de la evolución del espacio público, porque lo que hemos visto y oído en esas noches de estallidos y en esas jornadas de enfrentamiento semiótico-lingüístico. Se trata de acción estratégica, tal como la describe Bajtin: por un lado, los enunciados se refieren a otros enunciados, polemizan con ellos, se oponen a ellos o los consienten; por otro, los completan, se apoyan en ellos.
El enunciado es en sí mismo una respuesta a otros enunciados, entra en el espacio público desmarcándose de otros enunciados, confirmando algunos, convocando otros. Existe entonces una imposibilidad de encerrar la enunciación en la lengua, de hacer surgir las significaciones, la potencia de transformación y de subjetivación de las meras estructuras semánticas, fonéticas o gramaticales de la lengua. También existe una imposibilidad de hacer de la enunciación una simple convención, una simple institución, una simple confirmación de las relaciones sociales ya instituidas. Me parece, en fin, que hay una diferencia notable entre la teoría de los juegos lingüísticos de Wittgenstein y el discurso como relación dialógica en Bajtin, entre el «giro lingüístico» y el «giro de acontecimiento».