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Contar una historía

En una fascinante entrevista/diálogo entre Susan Sontag y John Berger se discuten temas importantes relativos a la producción de ficción. (To tell a story. Voices. Channel 4. 1983).

Para Susan Sontag la ficción, la historia, solo existe en la medida en que hay alguien que la escribe y de este modo la crea. Para ella el escritor no puede ser un simple “reportero” de la historia sino que es su voluntad y su trabajo como productor de ficción – ya esté basada dicha ficción en acontecimientos reales o no – el que conforma la literatura. La visión de Sontag es verdaderamente pragmática, en cierto sentido muy neoyorkina, decidida a afirmar la independencia del autor ante cualquier situación, preparado para desplegar sus habilidades profesionales en todo momento. Sin embargo para John Berger el asunto tiene otra pesantez, filosófica, lenta, más amateur si se quiere. Para él la historia está conformada por un triángulo constituido por tres figuras: el autor, el protagonista de la obra y el lector; toda historia necesita de esos tres elementos para afirmar su condición literaria. De alguna manera el autor abre un camino que el protagonista ha de recorrer y es por último el lector el que atestigua su tránsito y su llegada. Es un camino no necesariamente lineal, ni espacial ni temporalmente, pero es al fin y al cabo un recorrido.

A pesar de lo pragmático de la posición de Sontag de alguna manera acarrea una mayor dependencia de los cánones y géneros, de la clasificación modernista y la figura del literato como héroe, figura fundamental en la construcción de ficción. Sin embargo para Berger la labor del literato no está tan claramente definida. Berger es un postmoderno, para él las categorías y géneros no se encuentran en su pertenencia en los compartimentos asignados por la academia sino que se construyen en cada momento, en su funcionamiento específico como elementos de la cultura. Las categorías formales de la academia: poesía, relato, ensayo, novela, son tan flexibles como la libertad del individuo para trabajar y transitar entre esos territorios. Por eso Berger dice que para él no es tan diferente escribir una novela o un ensayo pero Sontag explica que prácticamente es como si tuviera que quitarse su cabeza y ponerse una diferente cuando cambia de género.

En una cosa parecen estar de acuerdo, la idea de la muerte como germen de toda historia. En verdad la muerte puede ser tanto un principio como un final de la historia; lo último parece obvio puesto que toda muerte representa un término, pero por otro lado es principio en el sentido en que abre la lectura de una vida a los ojos de un otro. La muerte hace desaparecer la prueba testimonial, la vida real que puede poner fin a la historia, desmontarla, desdeñarla como mera habladuría, chisme o leyenda. Es entonces así que la leyenda sólo resulta interesante en la medida en que es narrada por un autor pues es una herramienta popular que tiene potencial cuando, como tal herramienta, sirve a un narrador, a alguien con la capacidad de dosificar los tiempos, mantener los suspenses, hacer al lector u oyente, “vivir” la historia, adquirir una cualidad literaria en definitiva. Leyenda viene del latín legere que es a la vez leer y escoger. Es por ello que la historia literaria es una lectura, una hermosa lectura, una excelente elección, tan buena que puede sobrevivir durante el tiempo, en forma oral o en forma escrita en ese punto donde el autor es a la vez lector y protagonista, conectando y trenzando formas de cultura. Tal vez sea entonces ése el arte del autor y el secreto de la historia, el de la buena elección de los elementos que componen la historia y que pueden no pertenecer necesariamente a un mismo continuum espacio temporal. Todo autor escribe en base a esa lectura-elección subjetiva y transversal de los acontecimientos, de la documentación, de los hechos y de las interpretaciones. El autor establece referencias cruzadas que crean personajes que poseen algo de realidad y algo de ficción; son encarnaciones que surgen de su más o menos turbulento proceso de trabajo. Como lectores buscamos algo de reconocimiento en esa turbulencia de la ficción que nos hace de algún modo más reales. Es la historia la que nos da fisicidad y protagonismo, haciendo de nuestras vidas un poco ficción también; relato, fantasía, cualquier cosa menos la rutinaria sucesión de acontecimientos.

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