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Nick Land: Una rápida y sucia introducción al Aceleracionismo

Por Nick Land.

Quienquiera que esté tratando de elaborar qué es lo que piensan sobre el aceleracionismo mejor que lo haga pronto. Esa es la naturaleza de la cosa. Ya estaba atrapada en direcciones que parecían demasiado veloces de rastrear cuando comenzaba a volverse autoconsciente, hace ya décadas. Ha adquirido gran velocidad desde entonces.

El Aceleracionismo es lo bastante viejo como para llegar en oleadas, lo que quiere decir insistentemente, o recurrentemente, y cada vez el desafío es más urgente. Entre sus predicciones está la expectativa de que serás muy lento para lidiar con aquél de manera coherente. Sin embargo, si buscás a tientas la pregunta que se plantea –por estar apurado– perdés, tal vez malísimamente. Es difícil. (Para nuestros propósitos el «vos» quiere decir «las opiniones de la especie humana».)

Es difícil de pensar, por su mismísima naturaleza, la presión temporal. Típicamente, mientras la oportunidad para deliberar no es necesariamente supuesta, es al menos –con abrumadora probabilidad– confundida con una constante histórica, más que como una variable. Pensamos que si alguna vez hubo tiempo para pensar, entonces la hay y siempre la habrá. La probabilidad definida que la parcela de tiempo asignada a la toma de decisiones esté experimentando una compresión sistemática sigue siendo una consideración desatendida, incluso entre aquellos que explícita y excepcionalmente prestan atención a la creciente rapidez del cambio.

En términos filosóficos, el problema profundo de la aceleración es lo trascendental. Ello describe un horizonte absoluto –y uno que se está cerrando. Pensar toma tiempo, y el aceleracionismo sugiere que nos estamos quedando sin tiempo para pensarlo a fondo, si es que no lo perdimos ya. Ningún dilema contemporáneo está siendo tratado realmente si no se reconoce también que la oportunidad para hacerlo está colapsando rápido.

Hay que sospechar que si recién está comenzando la discusión pública sobre la aceleración, es justo a tiempo para llegar demasiado tarde. La profunda crisis institucional que hace que el tópico sea ‘caliente’ tiene en su núcleo una implosión de la capacidad social de toma de decisiones. Hacer lo que sea, en este punto, tomaría mucho tiempo. En vez de eso, cada vez más los acontecimientos simplemente suceden. Parecen siempre cada vez más fuera de control, incluso con efectos traumáticos. Debido a que el fenómeno básico parece ser una falla de frenos, el aceleracionismo vuelve a recuperarse.

El aceleracionismo vincula la implosión del espacio de decisión con la explosión del mundo –es decir, con la modernidad. Es importante por lo tanto notar que la oposición conceptual entre implosión y explosión no hace nada para obstruir su acoplamiento (mecánico) real. Las armas termonucleares proveen los ejemplos más vívidamente iluminadores. Una bomba-H emplea una bomba-A como disparador. Una reacción de fisión inicia una reacción de fusión. La masa de fusión es llevada a la ignición por un proceso de explosión. (La modernidad es una bomba.)

Esto significa que estamos hablando de cibernética, que también vuelve insistentemente, por oleadas. Ella se amplifica en aullidos, y luego se disipa en los balbuceos sin sentido de la moda, hasta que choque la siguiente onda expansiva.

Para el aceleracionismo la lección crucial fue esta: Un circuito de retroalimentación negativa –como la de un regulador [‘governor‘] de un motor de vapor, o un termostato– funciona manteniendo un estado del sistema en el mismo lugar. Su producto, en el lenguaje formulado por los cibernéticos filosóficos franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari, es la reterritorialización. La retroalimentación negativa estabiliza el proceso, corrigiendo la desviación, e inhibiendo así la deriva más allá de un rango limitado. La dinámica está puesta al servicio de lo fijo –una estasis o estado de nivel más alto. Todos los modelos de equilibrios de los sistemas y procesos complejos son como este. Al capturar la tendencia contraria, caracterizada por su errancia auto-reforzante, la fuga o el escape, D&G acuñan el término poco elegante pero influyente desterritorialización. La desterritorialización es realmente la única cosa de la que el aceleracionismo siempre ha hablado.

En términos socio-históricos, la línea de desterritorialización corresponde al capitalismo sin compensación. El esquema básico –y, por supuesto, en un grado muy importante efectivamente instalado– es el circuito de retroalimentación positiva, dentro de la que la comercialización y la industrialización se excitan mutuamente en un proceso fuera de control, del que la modernidad dibuja su gradiente. Karl Marx y Friedrich Nietzsche estaban entre aquellos que capturaron los aspectos importantes de esta tendencia. A medida que el circuito se vuelve crecientemente cerrado, o intensificado, exhibe una gran autonomía o automatización. Se vuelve más estrechamente auto-productivo (que es lo que ya dice ‘retroalimentación positiva’). Debido a que no exige nada más allá de sí mismo, es inherentemente nihilista. No tiene un significado concebible más allá de la auto-amplificación. Crece en orden de crecer. La humanidad es su anfitriona temporaria, no su maestra. Su solo propósito es sí mismo.

«Acelerar el proceso», recomendaron Deleuze y Guattari en su libro de 1972 Anti-Edipo, citando a Nietzsche para re-activar a Marx. Aunque faltarían otras cuatro décadas para que el «aceleracionismo» sea nombrado como tal, de manera crítica, por Benjamin Noys, ya estaba ahí, en su totalidad. Vale la pena repetir el pasaje entero (como sucederá, de manera repetida, en toda la discusión aceleracionista subsecuente):

… ¿qué vía revolucionaria, hay alguna? — ¿Retirarse del mercado mundial, como aconseja Samir Amin a los países del tercer mundo, en una curiosa renovación de la «solución económica» fascista? ¿O bien ir en sentido contrario? Es decir, ¿ir aún más lejos en el movimiento del mercado, de la descodificación y de la desterritorialización? Pues tal vez los flujos no están aún bastante desterritorializados, bastante descodificados, desde el punto de vista de una teoría y una práctica de los flujos de alto nivel esquizofrénico. No retirarse del proceso, sino ir más lejos, «acelerar el proceso», como decía Nietzsche: en verdad, en esta materia todavía no hemos visto nada. [1]

El punto de un análisis del capitalismo, o del nihilismo, es hacer más de él. No se trata de criticar el proceso. El proceso es la crítica, volviendo a alimentarse de sí misma, a medida que se intensifica. El único camino hacia adelante es a través, lo que significa más al interior.

Marx tiene su propio ‘fragmento aceleracionista’ que anticipa el pasaje del Anti-Edipo notablemente. Dice en un discurso de 1848 ‘Sobre la cuestión del libre comercio’:

… en general, el sistema de protección de nuestros días es conservador, mientras que el sistema de libre comercio es destructivo. Este rompe con las viejas nacionalidades y empuja hasta un extremo el antagonismo entre proletariado y burguesía. En una palabra, el sistema de libre comercio acelera la revolución social. Es en este sentido revolucionario solamente, caballeros, que voto a favor del libre comercio.

En esta matriz aceleracionista germinal, no hay distinción para hacer entre la destrucción del capitalismo y su intensificación. La auto-destrucción del capitalismo es de lo que se trata el capitalismo. «Destrucción creativa» lo es todo, más allá de sus retardos, compensaciones parciales, o inhibiciones. El capital se revoluciona a sí mismo más a fondo que podría toda ‘revolución’ extrínseca. Si la historia posterior no ha vindicado este punto más allá de toda duda, al menos ha simulado tal vindicación, hasta la locura.

En 2013, Nick Srnicek y Alex Williams han procurado resolver esta intolerable –hasta ‘esquizofrénica’– ambivalencia en su ‘Manifiesto para una política aceleracionista’, cuya meta era precipitar un ‘Aceleracionismo de izquierda’ específicamente anti-capitalista, demarcado claramente en contra de su sombra ‘aceleracionista de derecha’ abominablemente pro-capitalista. Este proyecto –predeciblemente– fue más exitoso reanimando la pregunta aceleracionista que en purificarla ideológicamente de una manera sustentable. Fue solo introduciendo una distinción enteramente artificial entre capitalismo y aceleración tecnológica modernista que podían establecerse en absoluto sus demarcaciones fronterizas. El llamamiento implícito era por un nuevo leninismo sin el NPE (y con los experimentos utópicos tecno-administrativos del comunismo chileno como ilustración).

El capital, en su última auto-definición, es nada además del factor social acelerador abstracto. Su esquema cibernético positivo es exhaustivo. La fuga consume su identidad. Toda otra determinación es descartada como un accidente, en cierta etapa de su proceso de intensificación. Como cualquier cosa capaz de alimentar consistentemente la aceleración socio-histórica necesariamente, o por esencia, será capital, la expectativa de un ‘aceleracionismo de izquierda’ sin ambigüedad que adquiera momentum puede ser rechazada con confianza. El aceleracionismo es simplemente la auto-conciencia del capitalismo, que apenas ha comenzado. («Todavía no hemos visto nada.»)

En el momento en que escribo esto, el aceleracionismo de izquierda parece haberse deconstruido a sí mismo volviendo a ser una política socialista tradicional, y la antorcha aceleracionista ha pasado a una nueva generación de jóvenes pensadores que proponen un ‘Aceleracionismo Incondicional’ (ni R/Acc., ni L./Acc., sino U/Acc.). Sus identidades online –y sus ideas, si es que son fácilmente expuestas– pueden buscarse a través de los medios sociales por medio del peculiar hash-tag #Rhetttwitter

A medida que nos inundan las blockchains, la logística de drones, la nanotecnología, la computación cuántica, la genómica computacional y la realidad virtual, empapadas en densidades crecientes de inteligencia artificial, el aceleracionismo no se irá a ningún lado, si no es más profundamente en sí mismo. Ser apurado por el fenómeno, hasta el punto de parálisis institucional terminal, es el fenómeno. Naturalmente –es decir, de manera completamente inevitable– la especie humana definirá este último evento terrestre como un problema. Verlo ya es decir: Tenemos que hacer algo. A lo que el aceleracionismo solo puede responder: ¿Así que recién ahora estás diciendo eso? ¿Quizás deberíamos empezar? En sus variantes más frías, que serán las que triunfen, el aceleracionismo tiende a soltar una risa.

Nota: el #Accelerate: The Accelerationist Reader de Urbanomic [acá en español], sigue siendo por mucho la introducción más comprehensiva al aceleracionismo. Sin embargo, el libro fue publicado en 2014, y mucho ha pasado desde entonces. La entrada de Wikipedia [esp] sobre ‘Aceleracionismo’ es corta, pero de una excepcional calidad. Para el ‘Manifiesto por una política aceleracionista’ ver esto [esp].

[1] (En español:) G. Deleuze y F. Guattari, Anti-edipo, Barcelona: Paidós, 1985; p.247.

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