Entré a las sobreposiciones y subrayé, entintando el título de mi último libro: Una ojeada a las instrucciones de los babuinos pringosos. Tratado de sincronías a-sincronías arquitectónicas. Después del último viaje entendí las perforaciones que plagan el espacio y lo consolidan como la diseminación de huecos Y…¿Por qué así? Los poros rearticulan la materia, la vuelven elástica y deducen otras narrativas, otro conteo temporal. El espacio se produce en dos términos, uno es el espacio de huída, de migración, de actividades subterránea, de tráfico y piratería, así como de resistencia política. El otro, es el espacio del estado, donde se imponen todas las correspondencias de los términos de su gobernanza, planeación y estrategia. Ambos coexisten y se parasitan entre ellos. Sin embargo, las narrativas divergen. Los relatos de estado se imponen sobre los otros. El espacio agujerado plantea las topologías del pozo, del callejón, del laberinto bajo la tierra, de los flujos insospechados o las depresiones. Este espacio es estimulado por sus propias condiciones: lo contrario de la ciudad, las cuales son decorados de una narrativa estatal o imperial.
Por lo tanto, tendríamos que construir una noción distinta del tiempo que se deduzca del espacio inconforme. Me pregunto ¿porqué la arquitectura planea desde los estatutos de las narraciones estatales? Es como pensar en un taxista fijado a una sola ruta o coordenada, cuando hay innumerables rutas. Cada taxista inventa el recorrido. Por ejemplo, se piensa en Nueva York y la historia de sus rascacielos, pero no en los herreros y sus bodegas donde trabajaban el metal. La historia fija la égida árabe en relación a la conquista de occidente, pero no consideran lo espacios de flujo sobre el desierto y su extensa movilización.
Después de tomar el avión de regreso, al salir de Bogotá; el tratado continua. Todo esto me lleva a pensar en un tipo de geometría, en ciudades interconectadas bajo un mapa trazadas en localidades de tiempos y narrativas entremezclados.
Me viene a la cabeza, la novela de los Strugatski acerca de un planeta donde se formulaba una especie de edad media futurista, pero este mundo era la inversión completa de la edad media. Esta ciudad medieval corresponde a una deflagración, no solo de una ciudad sino del mundo medieval. Esto es exactamente lo que corresponde hoy en una ciudad latinoamericana, africana o del medio oriente, donde podemos ver claramente una idea de zona que las conecta a todas, o las une. Es exactamente una reacción a su contraparte, la cual es una ciudad situada en el máximo de bienestar, un escenario maravilloso, limpio, donde no existe el crimen y donde nada es rojo. Pero su subversión son corredores, pasillos, pasajes, zonas de intercambio rugosas y viscosas. Este tipo de ciudades son transmigrantes. Nosotros no estamos en ellas, son ellas las que están en nosotros y nos trasmiten un código, o un intercambio que habría que codificar, es lo que buscamos en este tratado: Una ojeada a las instrucciones de los babuinos pringosos, y determinar sus condiciones.
Durante mi estancia en aquella ciudad al igual que en esta, me surge a la cabeza la facultad del repliegue, ya que son ciudades invertidas, traspasadas por múltiples tiempos.
Anoto y subrayo sobre un texto que leí hace un poco, sobre la película de Aleksei German, “Hard to be a God” basada en la novela de los Strugatzki. Las imágenes de la película, son trayectos dentro de inmensos corredores subterráneo que descompone el espacio en las mismas trayectorias recorridas: no hay espacio por consolidar, no hay ciudad medieval. La película es un tratado arquitectónico sobre el espacio viscoso, a-sincronizado, la cual señala el interior de las cavidades y sus inconexiones. El soplo voraz, aniquilador de las improbabilidades que retan el juicio de Dios y todo orden solar jerárquico. Replegamiento a la porosidad matérica y sus elasticidad inconeviente; vil, excremento, fango descompuesto, inmundicia. La materia se recoge hacia el cuerpo de dios muerto. Contrallevando sus designios, su orden cósmico.